Hace diez años, los gobiernos catalán y balear crearon el Institut Ramon Llull como herramienta para la proyección exterior de la lengua catalana, la cultura que se expresa en ella y toda la producción cultural de estos dos territorios que no tiene estrictamente una base lingüística. También como una herramienta para consolidar y profundizar las relaciones entre los diversos territorios que comparten esta lengua. Son encargos inevitablemente a largo plazo, que piden insistencia y continuidad. Diez años son poco tiempo para hablar de objetivos alcanzados, pero son un periodo suficiente para avanzar balances y empezar a responder preguntas. Balances y preguntas sobre la idoneidad y la eficacia de la herramienta, del Institut como instrumento para objetivos mayores. Balances y preguntas también sobre la propia misión, sobre si con estos años de experiencia parece realista y alcanzable el objetivo entero: dotar de visibilidad una lengua y una cultura; incrementar los lazos entre los diversos territorios donde se habla; asociarla a las ideas de diversidad estética, de calidad y ambición; llevarla a los lugares donde es metafóricamente el debate sobre el mundo contemporáneo.

Sede de l'Institut Ramon Llull

La proyección de la cultura catalana es una misión possible, porque es una cultura potente y creativa, efervescente y variada

Probablemente los que hoy tenemos el honor de dirigirla, no somos los más adecuados para valorar la idoneidad y la potencia de la herramienta. Pero sí para proclamar que el trabajo de muchas personas, de todas las direcciones anteriores, de todos los equipos que han trabajado, el compromiso de las instituciones, la complicidad de la sociedad, el entusiasmo de la gente del Llull, han ido construyendo en estos diez años una herencia sólida que permite dar ahora un salto adelante. Con la tranquilidad de espíritu que te da hablar de la herencia recibida, se puede decir que el Llull ha sido y es una herramienta útil y prestigiosa, bien valorada dentro y fuera, que ha llevado a cabo multitud de iniciativas, visibles e invisibles, excepcionales y capilares, que han dejado un poso valioso. Desde Frankfurt a Venecia, desde Aviñón a Kassel, desde Nueva York o Washington a Londres, París o Berlín, pasando por las ciento cincuenta universidades de todo el mundo que acogen la enseñanza del catalán, el trabajo del Llull se ha notado y ya ha dejado huella. Gracias a todos.

Pero no es el balance de la herramienta lo más importante. Por muy afinada que fuera la herramienta, por mucho entusiasmo y experiencia que volcáramos en ello quienes en un momento u otro hemos participado, todo ello serviría de poco si no hubiera detrás una cultura potente y creativa, efervescente y variada. Para poder explicar al mundo que somos una cultura importante es necesario, por encima de todo, que seamos realmente una cultura importante. Y el balance de diez años de proyección en el exterior y de recepción desde el exterior nos dice que lo somos. Que la proyección de la cultura es una misión posible, porque hay el grosor y la diversidad suficientes. Que los objetivos son alcanzables. Complicados, largos, que no se agotan en una acción ni llegan nunca a un punto final. Pero que son alcanzables. Todos. Los de proyectarnos hacia fuera. El de conectarnos desde dentro. El de ser visibles, porque hay cosas que ver. El de poder ir por el mundo escuchando, pero también hablando. Aprendiendo, pero también enseñando. Las personas que han hecho el Llull pueden estar orgullosas del trabajo realizado. Pero el principal activo del Llull no es el Llull, es la cultura que el Llull tiene el encargo de proyectar. Iremos con el mundo a explicarlo. Pero iremos con la cabeza bien alta, porque sabemos que hay cosas que contar.