Institut Ramon LLull

Jesús Moncada, memoria y literatura sumergida

paperllull.  BARCELONA, 25/10/2020

Jesus Moncada es uno de los autores contemporáneos en catalán más traducidos, con novelas, cuentos y artículos adaptado a una veintena de lenguas desde los años noventa. Su muerte, a 64 años, ha dejado coja no sólo su obra en catalán, con una última novela inédita, sino que ha hecho más complicado promover su difusión en el exterior. Su editora, Pilar Beltran, de Ediciones 62, dice que hace falta picar mucha piedra y, sobre todo "reunir todos los recursos posibles" para dar a la obra de Moncada la dimensión que hay más allá de los territorios de habla catalana.




Si Jesus Moncada hubiera podido leer uno de los últimos papeles dedicados a su obra, escrito en Italia, en 2015, de la mano de Simone Cattaneo, investigador de literatura española en la Universidad de Milán, seguramente habría suspirado un poco y pensado alguna frase para hacer broma. Por enésima vez, la prosa y el universo Moncada eran emparentados, de lejos, con el Quijote, y de más cerca con el Macondo de García Marquez, a partir de la lectura que Cattaneo hacía de Il testamento dei Fiumi, título de la versión italiana de Camí de sirga firmada por Simone Bertelegni y publicada en 2014 en Gran Vía Edizione, en Milán. Quizás Moncada, socarrón, habría soltado un "ni muerto me libro de Gabo!" y habría reído por lo bajo.

Mientras vivió, ningún diario recogió una frase similar de Moncada, pero el caso es que el autor de Mequinenza tuvo que repetir a más de uno y más de dos periodistas que no, que él no tenía nada que ver con el realismo mágico ni con la literatura latinoamericana del boom, ni con la de antes ni la de después, que nunca había sentido ningún vínculo de ningún tipo. Hasta el punto de que, de hecho, nunca le habían interesado demasiado. Lo que sí había dicho alguna vez, sin embargo, es que había leído fuerza los autores italianos del siglo XX, sin dar muchos detalles.

Lo cierto es que tirando del hilo de aquellas insinuaciones tan delgadas, un lector introducido en Moncada podría oler conexiones, como mínimo, con Giuseppe Tomasi di Lampedusa y también con Leonardo Sciascia. Así, no en vano el autor de Mequinenza nos hace pensar en Sicilia y viceversa, pero no por ninguna conexión geográfica -una isla y el Bajo Cinca- sino porque, para empezar, tanto Sicilia en las páginas de Lampedusa y Sciascia como Mequinenza en las páginas moncadianas convierten no solo el lugar sino uno de los protagonistas palpitantes de la acción.

Si hablamos de Lampedusa y Moncada, vemos que ambos se obsesionan en la memoria, se afanan por trasladarla al papel, para fijarla. Lampedusa describe, en El guepardo, un mundo que desaparece, la Sicilia aristocrática del siglo XIX. Moncada habla de una memoria, la de un pueblo, irrecuperable. Una existencia que no volverá nunca más. Auténtica literatura sumergida, como dice Antoni Martí Monterde, escritor y profesor de Literatura Comparada de la Universidad de Barcelona.

Martí Monterde comenta que, de hecho, "Lampedusa y Moncada nos hablan de un mundo antiguo con una esperanza hacia el futuro. En el caso de Moncada, añadiría que se trata de un autor benjaminiano. Moncada no se apoya en Walter Benjamin pero en lo que escribe se ve claro que la intuye. El Ángel de la Historia benjaminiano mira al pasado, ve escombros pero no puede evitar mirar hacia el futuro". Benjamin desbroza estas ideas en Sobre el concepto de historia, ensayo que se publicó en 1942, dos años después de su suicidio en Portbou, y que tituló y editó su amigo Theodor Adorno.

 

Memoria y literatura sumergida

Antoni Martí Monterde ve a Moncada, Josep Pla y Miquel Pairolí como a un trío de escritores de la memoria que construyen su prosa a base de un tratamiento imaginativo. "Ninguna de estas tres escrituras, la de Moncada, la de Plan y la de Pairolí no es ni fantástica ni fabulosa, pero las tres trabajan con la imaginación". Pairolí escribió el libro El príncep i el felí donde hace una lectura crítica de la obra capital de Lampedusa y explica cómo se hizo la traducción al catalán, a cargo de Llorenç de Villalonga, el autor de Bearn, la novela que sin querer emparentamos con El guepard, sea como sea.

Leyendo a Leonardo Sciascia y Jesús Moncada no podemos evitar sentir una música que nos lleva del uno al otro. Entre el siciliano y el mequinenzano algunas semejanzas también son biográficas. Contemporáneos, aunque Sciascia nació 20 años antes de que Moncada, ambos estudiaron magisterio y lo ejercieron, en diferentes etapas. Ambos conectaron de jóvenes con la política, pero Moncada, tras militar un tiempo en el PSAN, a su llegada a Barcelona en los años setenta, lo dejó correr. Sciascia, en cambio, fue concejal en la lista del partido comunista en el Ayuntamiento de Palermo, aunque dimitió al cabo de dos años. Fue también diputado en el Parlamento italiano y en el Parlamento Europeo por el Partido Radical de Marco Pannella.

Tanto Sciascia como Moncada murieron de cáncer, uno con 68 años y el otro, con 64, con lo que los lectores nos quedamos sin unos cuantos libros, de uno y del otro. La muerte, en los libros de ambos, es una presencia que no nos ahorramos. Sciascia habla de los muertos por la mafia, Moncada, los muertos y desaparecidos en la guerra civil. Pero a pesar de la presencia de la muerta en las páginas de ambos autores, el vitalismo y el sentido del humor hacen siempre de contrapeso.

El tratamiento de las tramas moncadianas y las de Sciascia hablan del estrecho conocimiento del alma humana que tenían ambos autores, a base de una observación minuciosa y de un entrenamiento a observar que les venía de su juventud. Los diálogos, las hablas de los personajes tienen siempre un coloreado que nos los hace casi sólidos, nos ayuda a dibujarlos: el campesino, el minero, el juez, la viuda, el policía, el cura, el militar, el farmacéutico, que en Moncada se llama Honorat del Rom y, en Sciascia, Manno.

Sciascia escribe con un estilo más directo, a veces cerca de la crónica y, otras, tomando prestadas las herramientas de la novela policíaca; Moncada con un estilo bastante más fijado en evocar lo que ya no está, en la estructura, que nos hace ir adelante y atrás en el tiempo. Ambos autores relatan unos hechos en los que hombres y mujeres viven, sufren, luchan, aman, tienen tirrias ... Tanto Sciascia como Moncada tratan sus personajes con compasión y ternura; muestran las evidencias, los errores y las pasiones. Lo que los hace profundamente humanos.

 

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