Institut Ramon LLull

La rosa de los vientos: Una vuelta al mundo

paperllull.  Buenos Aires, 02/08/2020

Si Ramon Llull no hubiera concebido la rosa de los vientos, tal vez Flavia Company no se hubiera convertido nunca en navegante. La escritora reflexiona sobre la experiencia viajera y literaria en este artículo.




Porque hasta que no se acabe el mundo nadie podrá afirmar con seguridad qué conexiones hubo entre todos los acontecimientos que tuvieron lugar, puedo ahora pensar sin temor a equivocarme ni voluntad de acertar que, si Ramon Llull no hubiera concebido la rosa de los vientos, yo no me habría convertido nunca en navegante. Y si yo no hubiera navegado tantas horas mirando los horizontes y los rumbos posibles quizás no habría decidido, como en su tiempo hizo el sabio mallorquín, atravesar las fronteras y poner rumbo a tierras desconocidas.

Llull lo hizo impulsado por el deseo de difundir sus conocimientos, de los que estaba convencido. Yo, que tengo pocos y no estoy segura de ninguno, lo he hecho guiada por la curiosidad sobre los de los demás. En cualquier caso, el gran maestro Llull abandonó la contemplación para pasar a la acción, convencido de que era necesario crear al mundo el denominador común de una determinada fe. Yo abandoné una contemplación incipiente con la sensación de que me resultaba más honesto salir a observar la posibilidad de un denominador común que, encerrada en mis meditaciones, sólo intuía.

Todos somos discípulos de los que han estado antes y, si la concepción que tenemos del tiempo es circular, nuestros maestros serán nuestros discípulos también.

Yo había decidido dar una vuelta al planeta y viajar durante aproximadamente dos años –las circunstancias hicieron después de que mi espíritu inquieto me llevara directamente a ser nómada y es desde mi nomadismo que escribo estas líneas–.

 

La rosa de los vientos.

 

Partí a principios de junio de 2018. Hacia el Oeste. Y el primer lugar elegido era más bien una idea: la revolución en Cuba. Y de allí a Panamá. Y luego a Colombia, Uruguay, Paraguay, Brasil, Argentina, Chile, Isla de Pascua, Polinesia, Nueva Zelanda, Filipinas, Japón, China, Malasia, Singapur. Y el último punto escogido para ese recorrido del mundo, otra idea: la opuesta a la revolución, los Estados Unidos.

Salir de la contemplación y pasar a la acción era parte de lo que me movía. Pero también la certeza de que el mundo no se limitaba a lo que yo veía y los que me rodeaban aseguraban. Me vienen a la cabeza unos fragmentos de la última obra de Hermann Hesse, situada en el siglo XXV o XXVI, Juego de granizado, donde su protagonista, Josef Knecht, habitante de la privilegiada provincia de Castalia, asegura:

“No deseo salir al mundo con un seguro en la cartera en caso de una desiluión, como un turista prudente que quiere conocer un poco el mundo. Por lo contrario, quiero aventura, la dificultad, el peligro, tengo hambre de realidat, de objectivos y acciones, e incluso de miserias y sufrimientos”.

Y más adelante:

“(...) había descubierto que yo no era solo un castali, sinó también un hombree, que el mundo, todo el mundo, me importaba y exigía mi convivencia. (...) el mundo y su existencia eran de buen seguro infinitamente más grandes y ricos que la idea que se podia formar un castali”.

Algunas personas, al conocer mi proyecto, me advertían, no es seguro, te puede pasar cualquier cosa. Cualquier cosa puede pasar siempre, respondía yo. Y qué es la seguridad, sinó la otra cara de la moneda del miedo? "Matad el miedo con amor, y no el amor con miedo", escribió en Llull.

No sabía qué me encontraría. No sólo fuera, sinó dentro. Si me sentiría extraña, si tendría ganas o necesidad de volver, si sufriría impaciencia o soledad. Si me experimentaría tristeza o alegría. Si “rauxa” o “seny”.

No saber dónde dormirás hace que el día sea completo. No conocer lo que comerás. No prever con quien hablarás, quien te ayudará o al que ayudarás. Chat en otros idiomas para explicar cosas de la tierra de donde provienes y preguntar cosas sobre la tierra nueva que pisas, para hablar de la primera cultura con la que vas entrar en contacto, de las personas que te rodearon al principio de la vida y para entender las creencias y los afectos de lo que te acompañan ahora.

 

Hermann Hesse. Foto: Wikimedia Commons

 

Poco a poco empiezas a disfrutar de la cadena de la que formas parte. Empiezas a entender que siempre hay un eslabón junto con la que debes ligar para hacer fuerza. Empiezas a ver que los eslabones tienen todos los mismos sentimientos y miedos y ambiciones y deseos. Empiezas a ver que si a ti no te resultan extraños, tú no les resultas extraña. Y poco a poco tu casa está en todas partes. Siempre hay que comer y donde dormir. Alguien que te procura un trabajo, una sonrisa, un abrazo, un día entre amigos o en familia. Voces que, en realidad, no existen los desconocidos. Que si tú eres, a los otros no les queda otra alternativa que ser. Porque ante lo que es, somos. Sea árbol, sea lago, sea animal.

Que son muchas más las similitudes que las diferencias, los motivos para acercarte que para alejarte. Que el que importa es el que tienes al lado. Que eres importante para el que te tiene al lado. Que la identidad no es lo que diferencia sinó lo que integra. Que lo que separa es sólo la identificación. Que para saber quién eres no necesitas saber quiénes son los demás inó, sencillamente, saber que ellos también son.

Ves que el mundo no es la idea que nos hacemos. El mundo es una casa pequeña donde tendría que pasar un milagro para que los llaman más fuerte oyeran los que no consiguen hacerse oír, donde todos los que tienen más de lo necesario, sean y todos los que son, tengan lo necesario.

Volvemos a Hermann Hesse y citamos estas palabras de su protagonista:

“Mi maestro Jakobus había despertado en mi un amor por ese mundo, que fue creciendo constantemente, y en Castalia no había nada que la alimentase; aquí uno se encuentra fuera del mundo, y Castalia es también un pequeño mundo perfecto, que ya no tiene porvenir ni posibilidad de crecer”.

No es difícil ver el planeta entero como una Castalia y saber que, si saliéramos de aquí y encontráramos otros seres, compartiríamos con ellos, al menos, la experiencia radical de estar cerrados en el mismo incomprensible universo.

 

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