Instituciones académicas o literarias leen los textos condicionados por el espacio que ellos mismos ocupan dentro la hegemonía cultural, mostrando la distribución desigual de la literatura que favorecería la oposición entre "centro" y "periferia". Pero las llamadas literaturas "marginales", y sus escritores on the edge, tienen plena conciencia de su condición periférica que les sirve para subvertir ideologías y jerarquías propias de la industrialización del libro y las prácticas literarias canónicas para, a la vez, servirse del centro. Y, a la vez, el centro también puede usar estas literaturas periféricas, imitando las formas o asimilándolas dentro de su, disneyficante todo lo que las hacía, precisamente, marginales, para que no atente contra ninguna moral establecida por mucho que, a veces, lo parezca.
No nos inventamos la sopa de ajo diciendo todo esto: los expertos llevan años dando vueltas al asunto comparando, clasificando, determinando éstas y otras cuestiones, como por ejemplo la idea recurrente que hay una falta de tradición contra-canónica en narrativa catalana. Si la poesía fue la forma artística por excelencia en Cataluña durante el Renacimiento, el Modernismo y el Noucentisme, la narrativa tuvo varias tradiciones que latían en la parte oculta de la luna: figuras como Rafael Nogueras Oller o Juli Vallmitjana, retratoron realidades sociales marginadas e incómodas por la burguesía del momento; Francesc Trabal, Carles Sindreu o Ramon Vinyes dialogaban, de tú a tú, con las vanguardias europeas; y Agustí Esclasans, Caterina Albert et altri se reflejaron en el decadentismo francés para narrar submundos olvidados, tal como también lo haría Ramón María del Valle-Inclán y tantos otros en el resto de la Península. Recientemente, algunas editoriales se han dedicado a rescatar estas corrientes olvidadas, como por ejemplo el volumen Savis, bojos i difunts (Males Herbes, 2018), con un imperdible prólogo de Ramon Mas.
Aún con la censura franquista coleando, y después de un periodo de la edición en catalán casi testimonial, la novela cogió un olímpico empuje. Además del boom, en los setenta, de autoras feministas que utilizaron la novela como herramienta transformadora de la sociedad, también apareció un nuevo tipo de narrativa influenciada por el post-estructuralismo francés, el situacionismo de Guy Debord, el Noveau Roman de Robbe-Grillet o Marguerite Duras y el undreground estadounidense de los beatniks o el pop art, presentando debates técnicos, manías experimentales y una ambición literaria insólitas hasta el momento.
Así, las primeras obras de Jordi Sarsanedas, Manuel de Pedrolo, Guillem Viladot, Amadeu Fabregat, Terenci Moix, Biel Mesquida, Blai Bonet, Isa Tròlec, Quim Monzó, Joaquim Soler o Antoni Munné-Jordà empezaron haciendo un tipo de ficción entendida como una tarea autónoma y situada en las orillas de la cultura oficial, que tuvieron un hilo de continuidad en las obras de Boro Miralles, Ventura Ametller, Miquel de Palol o Francesc Bononad en contraposición a una literatura amparada por una crítica historicista, que privilegiaba el realismo social por imperativo político, como paradigma de resistencia ante la larga dictadura ya moribunda. Algunos autores pronto tuvieron que elegir entre escribir para una minoría pequeña, pero fiel, o ser asimilados por el centro y quizás (¡ay!) vivir de lo que escribían, a cambio de publicar artefactos domesticados por el gran público.
Mientras tanto, en Estados Unidos la llamada literatura postmoderna de William Gaddis, Thomas Pynchon, Donald Barthelme o John Barth, influenciaría varias generaciones de autores hasta, como mínimo, a David F. Wallace; y éstos, a su vez, dialogaban con los neobarrocos Lezama Lima, Severo Sarduy o Cabrera Infante, pero también de los argentinos Bioy Casares, Borges, Cortázar, José Donoso o el mexicano Carlos Fuentes, que también influirían sus respectivas narrativas. Y mientras tanto (cuantos “mientras tantos" necesitaremos?), aquí parecía olvidarse este necesario diálogo extraterritorial entre diversas corrientes locales o internacionales, para aislarse como náufragos de cualquier rastro de tradición y desembocar en una literatura selfie, donde parece importar más el autor / a que la calidad de la propia obra, y dentro de un sistema literario donde se reproducen las mismas políticas de desigualdad que existen en el corazón del capitalismo neoliberal y la sociedad industrial.
CODA: Hoy, el auge de nuevas editoriales y nuevas voces que conectan con estas diferentes corrientes o subgéneros literarios (porque sin conocer las diferentes tradiciones, propias y foráneas, no puede haber ruptura), ofrecen un compuesto fértil que permita plantar las semillas que aseguren una permacultura literaria más igualitaria. Y que ésta no sólo dependa del éxito de ventas, de la fama famélica de quien las escribe o de premios y menciones, sino que muestren maneras de narrar más heterogéneas (porque la uniformización, al no tolerar la diferencia, se convierte en censura), de pensar en el Otro para entendernos un poco más, y la posibilidad de imaginar mundos más allá de el propio. Al fin y al cabo, nuestra literatura germinará universalmente cuando sea consciente de su propia diversidad polisistémica y pueda establecer diálogos sin complejos con otras literaturas, aquí o en la Cochinchina.
Agradecimientos a Borja Bagunyà, Joan Todó, Francesco Ardolino i Ramon Mas por las sugerencias la hora de realizar este artículo-bonsai.
