Institut Ramon LLull

Josep Carner y la poesía europea de su tiempo

paperllull.  BARCELONA, 31/05/2020

Para un catalán es fácil considerar a Carner el mayor escritor en su lengua, pero ¿qué representaba en la literatura universal? Jordi Marrugat nos lo explica en este artículo




A principios de la década de 1960, un patronato que trabajaba para la candidatura de Josep Carner al premio Nobel de literatura obtuvo un consenso internacional inaudito -tal como explica Jaume Subirana en Josep Carner, l'exili del mite. Se trataba de otorgar el reconocimiento literario de mayor repercusión a un autor exiliado y enfrentado al gobierno dictatorial de su país, que perseguía y prohibía la lengua en la que él escribía. Era evidente que la candidatura no tendría el apoyo de los poderes públicos y las ideologías dominantes que lo habrían ayudado a triunfar. Al contrario, estos hicieron todo lo posible para entorpecerla. Sin embargo, recibió un sorprendente número de adhesiones del peso de las de T. S. Eliot, François Mauriac, Giuseppe Ungaretti o Roger Caillois. Para un catalán es fácil considerar a Carner el mayor escritor en su lengua, pero ¿qué representaba en la literatura universal? ¿Por qué recogía estos apoyos poco sospechosos de ser por motivos personales o políticos?

Josep Carner fue miembro de la primera generación de poetas europeos que resolvieron la crisis de los valores simbolistas en una nueva orientación que transformó y condicionó el género poético para siempre. Nacido en 1884, fue un talento literario precoz que publicó los primeros textos a los 12 años. Se formó en el simbolismo, pero muy pronto le objetó los problemas que denunciaban diversas corrientes de la época de crisis de este movimiento: primacía de la vaguedad musical al precio de falta de precisión; desconexión de la vida del hombre común; exacerbación de la singularidad; marginación de la sociedad; exceso de intel • lectualització; etc. Carner sufrió de la herencia simbolista y de estas críticas a tal herencia para establecer una nueva idea de poesía compartida con los últimos W. B. Yeats y R. M. Rilke -cercanos al simbolismo- y con Paul Valéry, T. S. Eliot, Giuseppe Ungaretti, Jorge Guillén o , entre los catalanes que lo siguieron en esta vía, Carles Riba, Joaquim Folguera, JV Foix, Marià Manent, Bartomeu Rosselló-Pòrcel y Joan Vinyoli. Es lo que ha sido llamado poética postsimbolista.

Esta nueva noción de la poesía que permitía otorgarle un lugar en la sociedad moderna que no la relegara a la marginación a que la vertía el simbolismo, lanzaba a la papelera de la historia la imagen del poeta maldito, terrible, bohemio. En el artículo «La dignitat literària» (1913), Carner mostraba la conciencia histórica con la que colaboraba en este cambio:

"El malcontentament romàntic provenia de creure’s el poeta un origen diví no reconegut, i que la poesia era una missió incomparable que eximia de deures. Avui, no sense alguna resistència, però amb tota equitat, es torna al sentit clàssic: es combat, fins i tot, la professionalitat de l’art, s’implora de l’artista el repòs d’una normalitat."

El poeta es un trabajador más del saber, por lo que en su trabajo no hay lugar para ideas etéreas o irracionales respecto de la inspiración. No es un ser superior o de sensibilidad especial en conexión con dioses inaccesibles y al margen del mundo. Los análisis que hace Carner de la propia tarea coinciden con las de Valéry, que fue el gran enemigo de la poesía dada, espontánea, inspirada. Desde principios de siglo, Carner habló de una «orfebrería exigente». Consideraba que un verso podía venir dado, irradiado del sonido de una palabra, pero que después había que construir una arquitectura que estuviera a la altura. Y llegó a plantear la coincidencia de estas sus nociones de la creación poética con las de Valéry.

Desde esta nueva noción del poeta y la poesía, Carner se propuso emplear el género para analizar cómo se producen las relaciones entre individuo y mundo que tienen como intermediario la conciencia, formada esencialmente de lenguaje. Su poesía formula la experiencia humana de la realidad examinando su condición temporal, el funcionamiento del recuerdo, la creación de ilusiones, los usos de la lengua, etc. Lo hace retomando toda la poesía del pasado, que ofrece ya cristalizadas las experiencias humanas de todos los tiempos. Auques i ventalls (1914) replantea las relaciones entre individuo, poeta y colectividad en la ciudad moderna situándolas conscientemente el polo opuesto en que las había dejado Baudelaire. La paraula del vent (1914) reformula toda la tradición amorosa occidental, desde Platón, los trovadores y Petrarca hasta la balada romántica inglesa y el simbolismo francés, para examinar la condición temporal de la conciencia y como esta establece las formas de relación y comunicación entre individuo y entorno, yo y otro. Es un libro que se realiza en esa «percepción, no sólo de la condición de pasado del pasado, sino también de su presencia »que exigía T. S. Eliot en «Tradición y talento individual»; un libro escrito, como pedía este, «no sólo con la propia generación los huesos, sino con la sensación de que el total de la literatura de Europa desde Homero y con él el total de la literatura de su país tiene una existencia simultánea y compone un orden simultáneo ». Poco después, tal como indica su título, Bella terra, bella gent (1918) indaga los procesos por los que un pueblo transforma materialmente e intelectualmente su entorno construyéndose una cultura que articula las vidas individuales en espíritu colectivo . Para L’oreig entre les canyes (1920), Carner tomó por prestado un título de W. B. Yeats, The Wind Among the Reeds, para designar los vínculos entre poesía y naturaleza que el libro analiza. Pero haga especialmente visible esta voluntad de construir un conocimiento de la condición humana El cor quiet (1925), que parte de un mundo tenebroso, confuso y sin sentido, lleno de interrogantes y miedos, para desembocar en un estado interior lleno de luz , certezas y serenidad.

Carner, como Valéry, Ungaretti o Eliot, fue un gran defensor de la forma convencional. Es la que ha establecido una «hermosa gente» a lo largo de los siglos para dar sentido a una «tierra» haciéndola «bella». Es la única manera en que puede tomar significación del informe «oreo entre las cañas». Sus libros están llenos de sonetos, canciones, aleluyas, baladas, silvas, alejandrinos, decasílabos clásicos y todo tipo de versos regulares. Hay lugar, también, para las experimentaciones formales que supongan una extensión de la convención -en ningún caso, una rotura de la misma. De hecho, Carner es el poeta catalán con un mayor dominio de la versificación. La musicalidad y la belleza lingüística de sus versos producen en cualquier catalanoparlante sensible el efecto que hace Shakespeare a un inglés, Racine a un francés, Leopardi a un italiano o Juan Ramón Jiménez a un español. Pero el objetivo no es nunca limitarse a exhibir este dominio, sino emplearlo como la herramienta más precisa que tenemos para el conocimiento de todos aquellos lugares del ser humano que no abarcan las ciencias.

Y es que tan sólo a través de la convención, el poeta consigue despersonalizarse en la colectividad, es decir, en sus formas y su lengua -que es lo que tiene de más característico y perdurable- para convertirse en la voz consciente. El mismo Carner propuso desde el principio de su trayectoria, la ya citada «La dignitat literària», que «el poeta es carne y sangre del pueblo, y que su voz es la voz colectiva, pero inconscientemente, sin entusiasmos melodramáticos y sin que su inspiración sea nunca condicionada por sus cualidades personales de compasión y bondad ». La coincidencia, de nuevo, con las teorías de la impersonalidad del poeta planteadas por Eliot a «Tradición y talento individual» a partir de las de la capacidad negativa de Keats es completa -tal como analiza Enrique Sullà al volumen Carneriana.

Por eso muchos de los poemas carnerianos son retratos del hombre común y la forma en que su conciencia se relaciona con la realidad que le rodea. Son poemas claramente conectados con los de otros contemporáneos suyos, como «The Love Song of J. Alfred Prufrock» de Eliot. Culminaron en una de las obras maestras carnerianas, el poema de 1365 versos Nabí (1941). El protagonista es el profeta bíblico Jonás. Al principio, asistimos al despertar de su conciencia, que es como un pinchazo dolorosa y toma la forma de la voz de Dios. Los diversos estadios que vivirá esta conciencia convierten correlato de la de cualquier humano. Y es analizada en relación a la historia colectiva de las guerras del siglo XX y de todos los tiempos, así como de los exilios que provocaron.

El mismo Carner estaba en el exilio cuando terminó y publicó Nabí. Además de poeta, fue uno de los intelectuales más comprometidos de su tiempo. Escribió cientos de artículos políticos contra el fascismo, el nazismo y las dictaduras, en los que se definía como liberal, demócrata y republicano. También fue autor de cuentos, de obras de teatro y de ensayos magistrales que analizan comportamientos y costumbres de individuos y sociedades. Pero siempre puso al frente de su actividad la poesía. Y es que con esta recogió la tradición literaria occidental que le precedía y la renovó para colaborar a establecer la lengua, las formas, los recursos, los temas, los símbolos y los significados en los que se fundamenta toda la poesía contemporánea. Culminó este proceso, tal y como ya indica el título, Poesia (1957), un monumental volumen para el que Carner revisó, reescribir, reorganizar y ampliar los poemas que había escrito hasta entonces para construir una obra que transformaba en poesía su vida entera y, con ésta, las de sus contemporáneos y todo su tiempo.

Esta capacidad para convertir la vida en una poesía moderna capital por la propia tradición y por la europea en general hizo posible que Carner fuera reconocido entre autoridades literarias internacionales de todo tipo. Nabí fue analizado por lectores como el filósofo y profesor de la Sorbona Jean Wahl; el profesor de estética de la Universidad de Lieja Arsène Soreil; o Émilie Noulet, estudiosa del simbolismo y de Valéry, y mujer de Carner desde 1937. Por su parte, Roger Caillois prologó la antología Paliers (1950) afirmando que Carner no había cometido las faltas poéticas de distanciarse de la gente, de encantarse la inútilmente con la música del verso o de convertirse en oscuro; había definido los sentimientos comunes a fin de conocerlos. O bien, en el volumen de homenaje L’obra de Josep Carner (1959), Jean Cassou consideró la poesía carneriana como el arte exquisito y sutil de expresar las verdades inmemoriales; Jules Supervielle y la Nobel de literatura Gabriela Mistral hay afirmaban su admiración por Carner; o bien Ungaretti lo consideraba un poeta grande y luminoso. Porque, sin duda, la poesía de Carner ilumina la inmensidad.

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