Institut Ramon LLull

De cajas infinitas: el arte que vive en los libros

paperllull.  Barcelona, 10/05/2020

Gloria Bosch Mir es la comisaria del Festival MOT, que en la edición 2020 -que debía celebrarse entre el 26 de marzo y el 4 de abril en Girona y Olot, y ha sido aplazada hasta la próxima primavera- debía explorar las diversas disciplinas artísticas que viven y confluyen en los libros. Tirando del hilo al MOT que debía ser, Bosch nos propone un artículo en forma de círculo: una reflexión interdisciplinar que parte del mismo encargo de escribirlo y que sobrevuela la obra de Manuel Baixauli y se adentra en un gran mundo de interrelaciones entre las artes visuales y la escritura




Una reflexión de Manuel Baixauli sobre el confinamiento nos abre el escenario de su propia obra: una ventana, siempre; y la resonancia interior de cada paso, el camino solitario en que puedo imaginar a su Crisóstomo de Ignot, porque "la mejor literatura no se escribe, se camina". Su necesidad de crear convierte pintura y escritura, una cuestión que no se le escapa al poeta y editor de paperllull, Esteve Plantada, y que yo aprovecho para hacerlo entrar con su poema "El artefacto del límite", descubierto en un vídeo que nos hace caminar sobre el blanco dibujado por Marta Bellvehí mientras Sílvia Bel, con su voz, avanza por la escritura. Círculos? No puedo evitar el placer por el dibujo azaroso de un descubrimiento que, en pocas horas, se completa con unas ventanas visuales -enviades por la escritora Iolanda Batallé- en la puerta y el interior de El exilio, el nombre del taller Baixauli .

Dibujar y escribir conviven en las páginas de los libros, son extensiones que me fascinan como los personajes (en Mateo ilustra los artículos de Crisóstomo), las reflexiones sobre la pintura de margen y la de éxito, el contraste que encontramos dentro del mismo dibujo cuando incorpora texto, porque "el significado no debe traicionar las formas de la obra, las debe potenciar o, cuando menos, complementar". Y, sobre todo, encontrar al autor desdoblado en una multiplicidad infinita de voces.

Cuando cogemos un libro, a medida que avanzamos en la narración, en los diálogos y en los silencios que se crean, la palabra también se transforma en imágenes. Por eso cada lectura y relectura nos lleva hacia otros registros, como si la escritura fuera un paréntesis abierto que nunca se cierra o las diferentes capas de una piel que se transforma hacia una transparencia infinita. Sólo somos un collage de diversas procedencias que se integra en el proceso creativo que, lejos de los dictados o de las sentencias que nos quieren poner límites, se expande y se multiplica con las vibraciones de la vida.

Cuando planteé el primer guión por el MOT, el festival de literatura confinado este año, quería establecer conexiones entre las artes y la literatura, acercarme a la escritura que genera otros procesos creativos (y viceversa), pero también a quienes los miran, escuchan e integran en sus libros, como hizo Jordi Coca, uno de los narradores catalanes más premiados, con su mirada singular a las pinturas de Edward Hopper, también llenas de ventanas, personajes que esperan y caminos huecos atravesados por silencio; Tracy Chevalier con una obra de Vermeer o Mujer Tartt cuando nos descubría el cuadro de Carel Fabritius, pintado en 1654, añadiendo la consecuencia de una cosecha marginal a uno de esos ignotos baixaulians, porque poco tiempo después Deborah Davis se dedicó a sacar el interior de aquel artista sin éxito, contemporáneo de Rembrandt y Vermeer, que murió de manera dramática en la ciudad de Delft. De hecho, siempre he huido de los sistemas de relaciones cerrados que empobrecen y dividen.

La caja infinita e invisible nos dice: ahora os volveréis ciegos. Pero de cajas infinitas hay muchas: unas se dejan cerradas, ocultas, después de que se haya querido provocar ceguera, poner límites a lo que tenemos que ver (hacer) o no (hacer) y, en muchos casos, hacerlo creer a ojos cerrados todo lo que nos dicen. Otros, sin embargo, se pierden por una distracción, como la de Baixauli, una experiencia de sus dieciocho años que leemos en uno de los artículos (Nadie nos espera, 2016) y la encontramos en boca de uno de los personaje de 'ignoto, dejando dentro la pérdida de todo lo que no encontramos. Y los dos libros aparece el dibujo, la línea que crece y raya desde dentro, desde la caja de resonancia que nunca podremos cerrar ni cegar porque sólo necesita una ventana que se abre para dar vida a las formas. Escribir es una necesidad vital, dice Ana Blandiana en El miedo de la literatura, en la que "la obligación de expresarme determina la obligación de existir para ser expresada. Soy como papa de lana que existe sólo en la medida en que es hilado “.

El no-camino toma forma

La auténtica caja infinita es nuestra, lo invisible que como un no-camino, deviene forma a medida que avanzamos, como si todo fuera el escondite de otra cosa que aún no ha encontrado las conexiones para salir y hacerse visible. Kafka, Pessoa, Calvino, entre tantos otros escritores, nos abrieron los ojos a la necesidad de superar las disyuntivas, porque nada se puede cerrar en un cajón con una etiqueta clara de contenido. Ideas y autorías escapan, huyen, sienten incomodidad con aquella palabra impuesta como nombre que tan sólo es un reflejo de la necesidad de dejarlo todo bien atado, una seguridad falsa y ficticia que quiere esconder los miedos, las dudas, las inseguridades, como ya nos había prevenido hace décadas Marguerite Yourcenar.

Y, por ello, necesitamos capítulos que den voz a los otros como los de Canto yo y la montaña baila, los de la escritora y artista visual Irene Solà que, después de pasar tiempo de estudios en Londres, decidió hacer de la montaña una voz de voces que se convierte en polifonía y da sentido a la existencia, cuestionando las diferentes maneras de estar en el mundo. Investigación y aprendizaje, experiencia con conocimiento que combina capas de memoria y rastros acumulados, sin olvidar que tan importantes son los elementos naturales como la mitología y los personajes que la habitan. Es una voz fascinante dentro de la literatura catalana más actual, que sabe escuchar y descubrir un collage entre los diferentes estratos de convivencia de los territorios. Fuerza visual y acción hablan de transformaciones, conexiones con poemas y dibujos que, a través del tiempo, nos hacen sentir como llega de sesgada la historia en función de quien la cuenta, con un más allá de los límites que nos permite dibujar con palabras y volver del viaje con todo cambiado.

Un tráfico que viene de lejos, con libros publicados desde 2012, obras y textos que se han expuesto y leído en el CCCB, en la Whitechapel Gallery y al Jerwood Arts Centre de Londres, entre muchas actividades que nos llevarían a Bòlit de Girona o la Capella de Barcelona, y nos acompaña hacia otros proyectos en marcha que se desplazan, como las Dos molares de mamut en la Associació Binari de Olot que se convierten exposición en Cultural Rizoma e intervención en el marco de la Bianyal.

Baixauli y Ignot. Diferentes fragmentos de vidas y de voces que también transitan entre capítulos, desdoblándose en piezas que potencian y dan sentido al rompecabezas. Ocultar y desvelar. Incluso no somos conscientes de todos los escondrijos que viven dentro de una obra o de una persona. Del pasado hasta hoy se han multiplicado las interpretaciones en función de quien mira, porque todos estamos hechos de fragmentos que quizás son tan sólo las raíces multiplicadas de una constelación, la pluralidad de mundos de nues (otros). Y, al respecto, Baixauli expresa con lucidez: "(...) eternizan sólo una de las múltiples caras que hace una persona a lo largo de la vida y ensombrecen las otras, que fueron tan reales o más que aquella". Siempre se da una conjunción: seguir los rastros que nos dejan los demás, escuchar la historia invisible que nos busca sin saberlo y nuestro paso como avanza.

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