Institut Ramon LLull

Mercè Rodoreda: volver a crear el mundo

paperllull.  Barcelona, 22/03/2020

Mercè Rodoreda es una de las autoras catalanas más internacionales y la escritora en lengua catalana contemporánea más influyente, con traducciones a más de una treintena de lenguas. Pero, ¿qué la hace tan especial, única, leída y admirada? La crítica literaria y ensayista Marina Porras nos lo explica en este artículo.




No es nada sorprendente comprobar que con cada nueva traducción de Mercè Rodoreda (1908 - 1983) haya nuevos lectores que celebren su lectura como un descubrimiento. El mundo no se crea una sola vez, escribe Marcel Proust, sino que lo hace tan a menudo como aparece un nuevo artista original: el mundo nos aparece enteramente diferente del antiguo, pero perfectamente claro. Rodoreda es de aquellos descubrimientos que cambia la mirada del lector, porque lo hace entrar en un universo literario tan intransferible y sofisticado como el París de Marcel Proust o el Yoknapatawpha de William Faulkner. En el mundo de Rodoreda no hay aristócratas decadentes ni sudistas arruinados. Hay catalanes desorientados por un siglo XX que les ha pasado por encima y los ha destruido su ciudad, Barcelona, ​​que es el epicentro de algunas de las novelas de la autora. Si Rodoreda es la escritora catalana más importante del siglo pasado es porque traslada a sus libros un universo que ya sólo existe en su memoria, como suele ocurrir en la obra de los grandes escritores.

Su vida es la explicación más cristalina que tenemos de este universo destruido. Hija de una familia culta y moderadamente acomodada, Rodoreda vive la eclosión cultural de Barcelona de antes de la guerra. Hace de periodista, escribe poesía, teatro, cuentos y novelas y tiene la aspiración y la ambición de ganarse la vida escribiendo, aprovechando la enorme libertad que tiene al alcance. "Durante la República -explica el escriptora- se hacía una auténtica vida catalana, muy brillante. La gente entraba en contacto enseguida, se sentía importante. Y se sentía en una ciudad importante. Barcelona era, digamos, el centro intelectual y el centro progresista, donde se hacían cosas. Era un lugar interesante. Y era una Barcelona catalana, yo no sé qué les habría pasado, a todos estos escritores, si las cosas hubieran ido de otra manera ". Como el resto de escritores de su generación, la Guerra Civil le destroza las aspiraciones y los proyectos.

Marchando en el exilio en un bibliobús de la Generalitat, Rodoreda deja en Cataluña un marido fruto de un matrimonio de conveniencia y un hijo pequeño, y se instala en Francia. Después de una estancia en Roissy-en-Brie, refugio de escritores, tiene que huir de París a pie con la entrada de los nazis en la ciudad. Vivirá en Limoges, Burdeos, París, y se instalará finalmente en Ginebra, donde vivirá desde 1954 hasta 1972. Vive este exilio con el escritor y crítico Armand Obiols, con quien tendrá una relación tortuosa y complicada. Obiols es una figura central para su vida y para su literatura, que siguió de cerca, aconsejándole la y guiándola, hasta su muerte en 1971. La escritora catalana más importante del siglo XX pasa, por tanto, los 30 años más productivos de su vida literaria fuera de Cataluña. En 1972 vuelve y se instala en una casa aislada en Romanyà de la Selva, lejos de Barcelona y del ambiente literario. La soledad y el aislamiento marcan el final de la vida de una escritora que hará un esfuerzo mayúsculo para describir las interioridades del ambiente social y cultural de su tiempo, transformándolo en novelas que parten de este mundo pero huyen del costumbrismo porque, como escribe ella misma: "no he nacido para limitarme a hablar de hechos concretos".

El primero de los grandes personajes femeninos que Rodoreda pone sobre su escenario es Aloma. Es también el título de la primera novela que reconoce. Aislada en un mundo interior que la sobrepasa y que no acaba de comprender, Aloma es una adolescente que verá como el exterior utiliza y manipula un deseo que ella intuye pero que todavía no acaba de conocer ni de dominar -una lucha que mantendrán muchas de las mujeres Rodoreda. Es la primera de una saga de mujeres que ven que hay una distancia enorme entre lo que desean realmente y lo que los demás esperan de ellas. Aloma es un monólogo interior donde Rodoreda traza un gesto que irá sofisticando y retorciendo hasta su última novela: la capacidad de hurgar en el cerebro de los personajes para intentar entender sus intermitencias del corazón. Esta exploración de la subjetividad brillará especialmente a sus cuentos, hermanados con los de autores como Woolf o Mansfield, que Rodoreda leía y admiraba.

Los años sesenta son una década dorada para la escritura de la autora, cuando encontró por fin la estabilidad económica que le había faltado desde la guerra, que la hizo llevar una vida muy precaria, centrada en la supervivencia. En la década de los sesenta es cuando aparece La plaza del diamante, la novela que sitúa Rodoreda en primera línea de la literatura catalana y que es todavía hoy la novela más importante, con Incierta Gloria de Joan Sales, sobre la Guerra Civil en Cataluña y sus consecuencias. La protagonista de esta novela es una chica a la que le han quitado todo, incluso el nombre. Es una mujer que se consume bajo las presiones de un entorno que la asfixia hasta llevarla a un intento de suicidio. Es una novela despiadada y cruda, que explica la destrucción de la guerra sobre un individuo, una ciudad y un país. Tras leer el manuscrito, Obiols escribe: "Se me ha anudado el cuello tres o cuatro veces, hay páginas de una verdad que horroriza. Este equilibrio perfecto entre el dramatismo, la poesía y la banalidad, muy poca gente lo habrá conseguido. Y te lo digo, no después de leer una novela policíaca, sino después de terminar -inmediatamente después de terminarlo Los poseídos de Dostoievski ".

Tras la Colometa de La plaza, Rodoreda tensa el universo que estaba construyendo para inventarse la Cecilia Ce, la protagonista de La calle de las camelias, una de las mejores novelas que se han escrito sobre Barcelona. La cita de T.S.Eliot que abre el libro no es casual: "I have Walked many years in this city". Es una cita que liga la protagonista con sus paseos por Barcelona, ​​que explican su ansia de huir de lo que le rodea y de ella misma. Cecilia Ce es una niña abandonada. De joven, marcha de casa y se pone a pasear por la ciudad sin rumbo, "ligeramente patética, ligeramente desolada", como una flâneur baudelairiana. Cecilia vive siempre en los márgenes, ya sea a la miseria de las barracas del Somorrostro o haciendo de prostituta en un piso del Eixample. Rodoreda escribe esta novela desde Ginebra, con el recuerdo de una ciudad que ya no es la suya: "Cuando volví por primera vez después de la guerra, en 1948 -escribe Rodoreda- el aspecto de Barcelona era deprimente, siniestro. La gente caminaba por la calle triste y abrumada ". La calle de las camelias es una novela destructora, donde intuimos un mundo oscuro y onírico que irá creciendo en sus libros. La escritora tiene en la memoria el recuerdo de la ciudad de antes de la guerra, la imagen de esplendor y alegría que se respiraba en las calles. La violencia de este contraste le sirve para describir, desde el exilio, una Barcelona que no reconoce como propia.

Un año más tarde publicará Jardín junto al mar, una novela donde ensaya dos de los temas que luego estallarán con todo su esplendor en Espejo roto: los estragos que hace el tiempo sobre el amor y la decadencia de una saga familiar. En este libro Rodoreda convoca un tipo de personajes con los que le gusta recrearse: los ricos que, abocados al materialismo a la manera de los personajes de Fitzgerald, cuanto más tienen más huecos están. En el libro un jardinero explica, hasta donde sabe por lo que ve y escucha, la historia de los señores que veranean en la casa junto al mar durante seis veranos. Es una novela hecha de insinuaciones, que consolida el estilo rodorediano de cosas secretas que se intuyen pero no se acaban de explicar del todo, que preparan al lector para construirse en el cerebro todo lo que se intuye a la historia. Jardín junto al mar comienza cargada de esperanza y termina llena de tragedia, una estructura que se repetirá, de una manera mucho más rotunda, a su penúltima novela acabada: Espejo roto.

Esta novela es la historia de una casa y de la familia que vive. Rodoreda quiere explicar el auge y la caída de una estirpe mientras explica el auge y la caída de una ciudad, de una sociedad y de un país. A Rodoreda le gustaban los libros sobre historias familiares complicadas, como aquellos Sartoris de William Faulkner que narran vidas de chicas que crecen como flores salvajes a los grandes casonas coloniales del sur de Estados Unidos. La escritora no elige una casa de algodoneros sudistas sino una torre de Sant Gervasi. La intención, sin embargo, es la misma que la de Faulkner: explicar la caída de una familia a partir del lugar donde vive. A Espejo roto hay encarnadas, a partir de las tres mujeres protagonistas del libro, todo el abanico de feminidad que Rodoreda querrá explicar sus libros: una señora magnética y bondadosa, otra reprimida y con un corazón seco, y una última vitalista y idealista que acaba no pudiendo soportar todo el peso que la vida le tira encima. Es la máxima expresión del ciclo realista de la escritora, escrito a partir de los trozos de este espejo que forman, entre todos, una voz coral fragmentada.

Con sus dos últimas novelas, Quanta, quanta guerra y La muerte y la primavera -esta última inacabada-, Rodoreda explora un mundo que ya había tanteado durante toda su carrera literaria. En la primera, Rodoreda quería, en sus palabras, "una novela con poca guerra pero con un fondo continuado de guerra". Lo hace a partir de un antihéroe que es un adolescente que huye de casa movido por la aspiración de una libertad que sólo lleva a un cambio de prisión. Este es un libro sobre la guerra, el miedo, el amor y el nihilismo; un libro plenamente insertado en la tradición europea de novelas sobre cómo la guerra modifica la realidad y el lenguaje. También lo es La muerte y la primavera -editada en 2018 en inglés a Penguin-, que comienza con una cita bastante significativa: "el misterio de este peso que llevo dentro, que no me deja respirar". Es precisamente la sensación que tiene el lector cuando lo lee, cuando nota que el libro está escrito por alguien que hace muchos esfuerzos para salir a respirar mientras la están ahogando. La de La muerte y la primavera es la cara más extraña y monstruosa del universo de Rodoreda. La historia habla de un pueblo indeterminado en una época incierta, donde los habitantes viven en un sistema opresor que los convierte en muertos vivientes. Son hombres que, aunque tienen miedo de la oscuridad, prefieren la noche en lugar del día porque "con la claridad las cosas se ven demasiado y hay de masa feas". El objetivo del sistema es entender el miedo y eliminar el deseo, ese deseo que está presente en todas las obras de Rodoreda y que en todas ellas lucha para salir contra un mundo que no la acepta.

Armand Obiols escribió que lo que más le impresionaba de La plaza del Diamante era "una especie de vacío interior, una especie de pozo alucinante, [...] es el vacío final de toda vida humana, como el vacío de una jarra, una especie de vacío metafísico, que es el vacío de la nada que hay detrás de todas las sensaciones, pasiones y sentimientos ". Es La muerte y la primavera donde este vacío se hace más presente, porque Rodoreda no lo insinúa sino que lo hace tema central. Este libro es una venganza contra el silencio y el miedo. Una de las lecciones de la novela es que cuando todo el mundo calla el miedo se contagia, como ocurre con los habitantes del pueblo, que viven bajo una amenaza que ni siquiera saben si existe: "Si vives pensando que el río se llevará el pueblo no pensarás en nada más ", dice un personaje de la novela.

Rodoreda dijo que alrededor de la gente de su época había una intensa circulación de sangre y de muertos, que son el núcleo de esta novela, y son los elementos que paralizan y hacen estropear el cerebro de todos sus habitantes. Se hace inevitable pensar que Rodoreda escribe este libro terrible y duro para intentar explicar toda la sangre y los muertos tapados por el miedo. Rodoreda entiende, como dice un personaje, que "no había palabras, tenían que hacer". La escritora dedicó su vida a crear estas palabras, a construir desde muy abajo un universo que intentaba explicar su mundo desaparecido. "Una novela es, también, un acto mágico -escribe- Refleja lo que el autor lleva dentro sin que casi sepa que va cargado con tanto lastre". Con los años Rodoreda aprendió a convivir con el lastre que cargaba, que era haberle convertido al país en un lugar irrespirable. La escritora sufría porque ese lastre pesaba como un muerto, y encontró que la única manera de aliviarlo era vengar la sangre y los muertos con sus palabras nuevas.

“Tota la gràcia de l’escriure –dice Rodoreda– radica a encertar el mitjà d’expressió, l’estil”. Ella lo encuentra y se entrega con ambición, talento y mucho esfuerzo. Es una escritora abocada enteramente -así lo leemos a su correspondencia- a su obra, y consigue levantarla hasta crear un ciclo novelístico inédito hasta entonces en su país. "En Cataluña -dice- la novela disimula y no significa. Maticemos algo: disimula mucho y significa poco ". Diría que la escritora, que conocía muy bien su tradición y la sabía ligar con la universal, se proponía con su obra volvió a dar significado a su mundo. Lo hizo con un lenguaje que, como el de los artistas originales, crea de nuevo un mundo -enterament diferente del antiguo, pero perfectamente claro. Proust escribe que cuando de un viejo pasado no sobrevive nada, después de la muerte de los seres, después de la destrucción de las cosas, necesitamos algún elemento que haga nacer el edificio inmenso del recuerdo. Rodoreda hizo este gesto con su memoria: la recreó en sus libros, y cada generación de lectores la hará renacer con su descubrimiento.

MARINA PORRAS 

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