Institut Ramon LLull

El engranaje

paperllull.  Sueca, 26/04/2020

Iniciamos la aventura de paperllull y hemos pedido un artículo al escritor y pintor valenciano Manuel Baixauli, que se pregunta "cómo acabará" el confinamiento y el parón provocado por la crisis sanitaria del Covid-19, y como le afectará, "a mí, y a mis colegas, escritores".




Salgo al balcón con un té en las manos, hago un trago que me calienta la garganta y miro la calle vacía, mojada -llovizna-, sin un alma, y ​​me pregunto cómo acabará todo esto, y como me afectará, a mí, y a mis colegas, escritores.

Las calles desiertas me gustan, me fascina el silencio, la ausencia de motores, de bocinas, de gritos; la ciudad parece un escenario ideal para las historias que me gusta escribir, donde los personajes pueden sentir sus pasos. Pero todo fatiga, todo tiene una cara miserable, y el miedo a la enfermedad se mezcla con el miedo a la policía y la gestapo balconera, estos vecinos que aplauden cada día y que se atribuyen el derecho a señalar que no comulga.

El ambiente es claustrofóbico, viciado, mezquino.

Y todo es, todavía, imprevisible. ¿Cómo estaremos dentro de tres, ocho, diez meses? No se sabe. La magnitud de la incertidumbre se revela cuando miramos atrás tres, ocho o diez meses y descubrimos que esto nos ha caído encima sin que nadie lo hubiera imaginado.

Lo que nadie duda es que, tras el sanitario, se acerca un temporal económico, más largo y todo, y que son muchos los estragos que hará. Las librerías y las editoriales, como tantas otras empresas, han entrado en pánico, y, superado el estupor de los primeros días, se mueven en múltiples direcciones para minimizar el impacto.

Y los escritores? ¿Qué hacen?

Los escritores, acostumbrados a la intemperie, llevamos poca carga encima, no nos sentimos, en principio, con la soga al cuello. Quien poco gana, poco tiene que perder. Sin embargo, esta es sólo una primera impresión, engañosa. Los autores, sin intermediarios, no somos nada. De momento. Quién sabe si algún día publicaremos la obra directamente en la red, de manera que el lector pueda acceder sin intermediarios. ¿Es el futuro, esto?

Hago otro sorbo de té y veo, a lo lejos, cruzando la calle, una mujer que pasea un perro negro, grande, que mea sobre la rueda de un coche. Qué suerte, tener perro, en estos tiempos.

En muchos otros campos, el intermediario está mal visto, a menudo con razón. El que labra la tierra sabe qué pie calzan, los intermediarios, como se llenan los bolsillos a costa del sudor y de la fragilidad de quien solo recoge una pocilga. En el ecosistema literario, por suerte, no así: los intermediarios no solo no tienen mala imagen, sino que gozan de prestigio social e, incluso, de presencia en los medios de comunicación.

El ecosistema literario es un engranaje complejo, con muchas piezas, que necesita en todo momento ser lubricado para que funcione de manera efectiva. La aventura que arranca con el autor continúa con el editor, el corrector, el maquetista, el diseñador, el jefe de prensa, el distribuidor, el librero, el periodista, el crítico, las instituciones de promoción literaria, los profesores, los editores extranjeros, los traductores, etc. Nadie sobra, y su funcionamiento, cuando funciona, es fascinante. Sólo hay un pequeño detalle que a mí, ingenuo, no me cuadra: todos los miembros del engranaje viven, o malviven, de su trabajo excepto uno: el que pone en marcha la maquinaria, lo que inicia la aventura.

Ha dejado de llover, me acabo el té, me apoyo en la barandilla húmeda y fría del balcón y, mientras contemplo el movimiento lentísimo de las nubes, me pregunto qué puede pasar si un eslabón de la cadena se rompe, si cierran, por ejemplo , las librerías, o si se hunden las editoriales.

¿Seguirá funcionando el engranaje? ¿O se estancará y habrá que inventar otros nuevos, más simples, más ligeros, a prueba de crisis, concebidos para la supervivencia?

Veo demasiado apocalipsis en las redes. La situación es grave, aunque nos tiene con la boca entreabierta, intentando asimilarla. Nada que ver con situaciones mucho más catastróficas vividas solo hace décadas, en el siglo más sanguinario de la historia, el XX, con dos guerras mundiales y las respectivas posguerras.

Esto que padecemos ahora pasará, y se producirán cambios. Pero quizás estos cambios eran inevitables y el temporal de ahora lo único que ha hecho es precipitarlos, acelerar el progreso. El mundo, y, dentro del mundo, el ecosistema literario, pasará página, se adaptará a los nuevos tiempos como lo ha hecho siempre.

¿Y los escritores?, vuelvo a planear ante la taza vacía, examinando su poso. Los escritores, ante el monstruo de la crisis, nos veremos obligados a trabajar en otros oficios, tanto si nos gustan o no, y sólo podremos escribir fuera de horas, robando tiempo a la familia, al sueño, a la salud, a nuestras aficiones. Es decir: seguiremos como ahora. Igual.

Que nadie lo dude, que acoplados con el nuevo o con el viejo engranaje, estaremos aquí, como siempre, para contarlo, para iniciar la aventura.

 

«Estaremos aquí, como siempre, para contarlo, para iniciar la aventura

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